or: Maurucio Molinares Cañavera
Porque a veces el milagro no es ver… sino soltar antes de ver.
Bartimeo no estaba en el camino. Estaba junto al camino.
No por gusto, sino porque la vida lo arrinconó allí.
Ciego. Mendigo. Invisible.
La ley lo autorizaba a pedir, pero no a avanzar.
Su nombre —Bartimeo— solo decía eso: hijo de Timeo.
Sin historia. Sin herencia. Sin futuro.
En los pueblos todavía ocurre: a uno lo nombran por su padre o su abuelo.
“Ese es el hijo de…”
Y así lo encasillan.
Pero Bartimeo, aunque lo conocían por el nombre de su padre, gritó a Jesús con una revelación distinta:
“¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
No veía, pero creía.
No había visto milagros, pero conocía la promesa.
Mientras el mundo lo definía por su pasado, él invocó al Rey.
Y el cielo se detuvo.
Antes del milagro, vino la oposición.
La gente lo mandaba a callar.
Porque el clamor autén6co incomoda al ruido superficial.
Pero Bartimeo gritó más fuerte.
Y lo increíble fue esto: la misma multitud que un momento antes lo quería silenciar, ahora lo animaba:
“Ánimo, levántate… Él te llama.”
Cuando Dios te llama, hasta tus obstáculos se vuelven puentes.
Barrio meo entonces hizo lo impensable: soltó su manto.
Su única posesión.
Su abrigo. Su identidad de la. Lo soltó sin ver… pero creyendo.
Ese fue el verdadero milagro.
Porque cuando te desprendes sin garantias,
Cuando renuncias a lo que te define como víctima ,
la fe ya ha ganado.
Lo demás es añadidura.
Jesús le preguntó:
“¿Qué quieres que haga por ti?”
“Maestro… que recobre la vista.”
Y la recobró. Pero no volvió a sentarse junto al camino.
El texto dice:
“Y seguía a Jesús en el camino.”
Pasó de estar al margen…
a caminar con el Camino.
De ser señalado por su miseria…a ser marcado por la fe.
Porque cuando el alma suelta el manto…el cielo suelta el milagro.
¡SUELTA TU MANTO!
Inspirado en Marcos 10:46–52
