ANDRADE Y JACQUÍN: DEL CONCEJO DE BARRANQUILLA AL PALACIO DE JUSTICIA
Por Mabel Morales Polo

EL ENCUENTRO EN EL CONCEJO
Fue en el segundo semestre de 1978 cuando se conocieron Julio César Andrade Andrade, nacido en Sabanagrande, recto y aplicado juez 15° de Instrucción Criminal, y Alfonso Jacquín Gutiérrez, abogado samario de la Unilibre, líder político y defensor de derechos humanos.
Coincidieron por una de esas vueltas del destino: una noticia que yo cubría en la madrugada —las sesiones del Concejo de Barranquilla— terminó convertida en escándalo nacional. Se trataba de la adulteración del presupuesto municipal, que ocupó la primera página de El Heraldo.
Andrade abrió una investigación tenaz con su secretario Alejandro Saltarín; Jacquín, con su amigo Adalberto Sereno, emprendió la suya, buscando también la verdad.
Yo, con el respaldo del director Juan B. Fernández R. y la guía del jefe de redacción Juan Gossain, firmé durante semanas las noticias que abrían portada.
> “Confieso, cuatro décadas después —de frente y #Claroclarito—, que aquella muchachita sin graduarse aún y sin cédula, que tuvo dificultad para cobrar su primer sueldo de reportera, terminó —sin proponérselo— truncando la carrera política de varios.
Pero no fui yo: fue el escándalo del presupuesto adulterado.
Aun así, sigo creyendo que los periodistas somos notarios de la historia y testigos de los azares trágicos del destino.”

“EL POMPO ” Y EL JUEZ
Después de aquella “coincidencia de motivos”, Jacquín se convirtió en uno de los principales ideólogos del M-19. Se fue a la clandestinidad; dejó atrás los helados en la calle 72 y los bailes en La Puya Loca de Los Pinos.
A su lado siempre estaba Héctor “Tico” Pineda, quien luego sería constituyente.
“El Pompo”, como lo llamaban sus amigos del Caribe, se fue al monte. Apareció en los periódicos con su canana al pecho, se desmovilizó y formó parte de los “Doce Apóstoles”, los negociadores de paz que afirmaban que el presidente Belisario Betancur les había incumplido.
Julio César Andrade, mientras tanto, seguía enriqueciendo su biblioteca y su reputación. Fue reconocido como uno de los jueces más íntegros.
Además del caso del presupuesto “modificado”, manejó procesos como el del parricida Juanito Senior Slapack y el del robo en la Tesorería Municipal.
Recuerdo especialmente aquella noche en que el contralor Napoleón Fernández, desesperado, fue a su casa llorando, dispuesto a confesarlo todo. El juez le explicó con calma que ahí, en su sofá y de madrugada, no podía tomarle declaración. Lo citó a las ocho de la mañana.
El contralor nunca llegó: lo asesinaron a las siete.
Andrade siguió su carrera hasta llegar a Bogotá como magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia.
SIETE AÑOS DESPUÉS
El 6 de noviembre de 1985, el destino los volvió a reunir.
Ese miércoles, antes del mediodía, Jacquín y 35 guerrilleros del M-19 hicieron efectiva la Proclama Antonio Nariño por los Derechos del Hombre, de su autoría.
En la sesión de la Corte Suprema que se desarrollaba sobre la extradición y el incumplimiento del Acuerdo de Paz, estaba presente Andrade, auxiliar del magistrado Dante Fiorillo, quien moriría de un infarto una semana después.
Mientras tanto, Gabriel Andrade, de 17 años, hijo mayor del magistrado, presentaba un examen de trigonometría. Pensaba que ese sería su mayor susto… hasta que la directora del colegio lo sacó del aula: lo necesitaban en casa.
Allí encontró a su madre, Fanny, y a sus hermanos Federico, Julio César y Diana, consternados.
Llamó a su padre al despacho:
—¿Qué hago, papá?
—Nada, tranquilo. Acompaña a tu mamá y a tus hermanos. Esto se va a resolver… —alcanzó a decirle—. Aquí está Almarales, dice que están convenciendo al cabo para que retire los tanques. Acabo de ver y hablar con Alfonso Jacquín.
La llamada se cortó con un bip… bip… bip…
DESDE CARTAGENA
Ese día, con cinco meses de embarazo, yo viajaba a Cartagena. Pese a la toma, Yamid Amat me envió a cubrir para Caracol el 33° Reinado Nacional de la Belleza.
De pronto, en plena transmisión, escuché la inconfundible voz caribe de Alfonso Jacquín:
> “Soy el segundo al mando de esta operación y exijo la atención del presidente Betancur.”
Más tarde supe que Julio César Andrade figuraba entre los rehenes.
Ahí estaban de nuevo juntos… pero en orillas opuestas.
La corona la ganó la guajira María Mónica Urbina, pero esa noche el país lloraba.
Con Baltasar Botero transmitimos la velada desde la habitación del hotel, frente a un televisor.
Colombia estaba conmocionada y de luto.
Y dos días después, llegó la tragedia de Armero.
Antes de regresar, tuve que sacar de la Base Naval a mi hermano Fidel, quien fue detenido dos días por tomar fotos del lugar para una tarea de arquitectura.
—¡No era un guerrillero! —aclararon al final, cuando recordaron que su hermana, yo, era oficial de la Reserva Naval.
CUARENTA AÑOS AÑOS DESPUÉS
Cuarenta años después, vuelvo sobre ese torbellino de emociones y me pregunto si, al cruzar sus miradas en el frío Palacio de Justicia, Jacquín y Andrade recordaron aquel caluroso pasillo del Concejo de Barranquilla.
Ambos habían buscado lo mismo: transparencia, equidad, verdad y justicia, aunque por caminos distintos.
Los restos de Alfonso Jacquín fueron hallados en una fosa común y entregados a su familia en julio de 2018.
A la familia Andrade le entregaron un osario un mes y medio después de la toma, justo antes de Navidad.
Durante 32 años lo veneraron en el cementerio Jardines del Recuerdo de Barranquilla, hasta que en 2017 les informaron la cruel verdad: había un error.
Los restos correspondían a Héctor Bernal, mesero de la cafetería del Palacio, quien ese día fue a trabajar para completar el dinero del vestido de primera comunión de su hija.
Hoy, Gabriel Andrade Sulbarán y su familia siguen buscando respuestas. En 2023, Gabriel reconoció entre lágrimas a su padre en un video periodístico: se le ve saliendo vivo del Palacio, entre soldados y rehenes, agitando su eterno pañuelo blanco.
MEMORIAS QUE SE CRUZAN
Cada noviembre, las conmemoraciones, los homenajes y las preguntas vuelven.
En Barranquilla, una tumba vacía espera los resultados forenses.
En Santa Marta, los amigos de “El Pompo” lo recuerdan con cariño, orgullo y nostalgia.
Y el destino, que a veces repite sus hilos, ha querido que las familias Andrade y Jacquín se crucen una y otra vez.
Cuando se saludan, saben —sin decirlo— que Julio César y Alfonso tuvieron vidas y muertes cruzadas:
desde el Concejo de Barranquilla hasta el Palacio de Justicia.
