por: Mauricio Molinares
Hay citas de la vida que nadie más puede acompañar: frente al pastor que nos casa, al gerente del banco que aprueba la vivienda, al médico que da un diagnóstico o al profesor que entrega el reporte académico de nuestros hijos. En esos momentos se revela la grandeza de caminar acompañado.
No hay alguien más importante en mi vida que mi esposa. Nuestro amor ha sido probado en la dificultad y aprobado en la fidelidad. La Biblia lo dice: “El que halla esposa halla el bien, y alcanzó la benevolencia de Jehová” (Proverbios 18:22). El amor conyugal es refugio y alianza divina: una compañía que permanece tanto en lo bueno como en lo adverso.
Pero también agradezco a los amigos que han sido probados y aprobados. Probados en los días de enfermedad, deudas o problemas que parecían insuperables; aprobados porque, a pesar de todo, permanecieron a mi lado. Amigos que, como aquellos que llevaron al paralítico ante Jesús, me sostuvieron y me ayudaron a llegar a los pies del Maestro. Con ellos se cumple lo que dice Eclesiastés 4: “Mejor son dos que uno… porque si cayeren, el uno levantará a su compañero”.
La vida no está diseñada para vivirse en soledad. El amor conyugal y la amistad verdadera son regalos de Dios, vínculos que han pasado la prueba y han sido aprobados por la constancia y la entrega.
En este mes del amor y la amistad, levanta tu mirada y agradece. Si tienes un esposo o una esposa a tu lado, cuídalos como el mayor bien. Y si cuentas con amigos fieles, valóralos como hermanos. Porque al final, lo eterno no son los logros alcanzados en soledad, sino las manos probadas y aprobadas que nos acompañan hasta los pies de Jesús.